Nuestra historia comienza en un aula de la Facultad de Geografía de la Universidad de Sevilla, en la que una serie de desconocidos de todas partes del mundo tuvo la suerte de conocerse.

Algunos de ellos, los autodenominados "supervivientes", todavía resisten al paso del tiempo, y motivados por su afán de salir de la jaula de cemento en la que viven entre semana, cada poco, se juntan para hacer camino juntos. Caminando se disfruta más del viaje.

miércoles, 27 de marzo de 2013

Mis botas dijeron "¡Hasta aquí!".

Para un caminante, sus botas son su sustento, como para un fotógrafo su cámara. Irse de ruta con cualquier cosa en los pies te puede amargar la caminata de principio a fin.

No se puede hablar de herramienta de trabajo, ya que el que se pone sus botas para irse al monte en un fin de semana o periodos más largos, lo hace por el mero hecho de disfrutar del aire, el paisaje, la compañía, la serenidad y la superación personal de llegar al pico más alto, sólo por el mero hecho de llegar y detenerte allí arriba.Y se disfruta más si no es por obligación o con remuneración económica, que para eso ya tenemos el resto de la semana.

En mi caso, mis últimas botas me han acompañado durante los últimos 4 ó 5 años, no recuerdo exactamente desde cuando, hasta que de puro agotamiento han dicho "¡hasta aquí!". Me han llevado por montes de la Sierra de Cazorla, Grazalema, Sierra Nevada o los Picos de Europa. Con ellas me he pateado las calles de ciudades del sur de Europa (Roma, Oporto, Granada, Florencia, Bilbao, Santander, Lisboa...), y los días de de mal tiempo han protegido mis pies de la lluvia en mis desplazamientos en bicicleta.

Botas Quechua, DEP diciembre de 2012, Mulhacén


Al principio, como con casi todo este tipo de calzado, o como en toda relación larga, nos costó hacernos el uno al otro. Tanto que incluso llegaron a hacerme un poco de daño. Ellas empezaron un poco rígidas, pero poco a poco y con el roce nos fuimos moldeando para acabar encontrándonos cómodos. Y a partir de ahí, un no parar de kilómetros en los que ya el maltrato lo he ejercido yo, sin importar si empujaba troncos con ellas, las metía en charcos o subía a lo alto de algún olivo, encina o muro.

Su última hazaña fue la más dura, subir al techo de la península, una travesía ya comentada en este mismo blog , http://tarramikitas.blogspot.com.es/2012/11/en-el-techo-de-la-peninsula-i-episodio.html , una ruta de 3 días en la que las llevé al límite, y justo en ese límite y tras años de darme satisfacciones y rentabilizar de largo el precio que me costaron, se rajaron. Y ya no cumplen gran parte de sus funciones, por lo que tomé la decisión de hacerme con un par de botas nuevas para ir con ciertas garantías al campo.

A pesar de que da muchísima pena deshacerse de algo que te ha acompañado tanto, aunque sean un simple objeto, o no sean las botas más bonitas del mundo, hubo que decirles adiós (los puristas criticarán que sean unas simple Quechua, y no unas Chiruca o North Face). Pero creo que tengo un poco de índrome Diógenes (no creo que se le pueda llamar cariño), porque no las quiero tirar, como otras tantas cosas que ahí se quedan aunque sepa realmente que nunca más las voy a volver a usar.

Botas Quechua. Bautismo, 7 de enero de 2013 , El Pedroso
Y ahora, se abre una relación nueva, y como con las otras los principios siempre son difíciles. Aunque si iguala mínimamente a sus antecesoras en kilómetros, paisajes y aguante, dentro de unos años les tendré que dedicar también unas palabras. De momento, ya hemos tenido un día de PostReyes  por el Pedroso en el que me dieron un poco la vara, y una muy satisfactoria ruta por el Salto del Cabrero, en Grazalema, de la que volvieron pesando el doble y aguantaron como unas campeonas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario