Uno de los mayores placeres de subir a una montaña es, una vez en la
cima y habiendo descansado un poco, sentarte y escuchar atentamente. Si tienes suerte de que no haya viento, ni gente alrededor, te sobrecoge el silencio absoluto.
Es un momento casi mágico, que te
aleja un poco del resto del mundo, y que te hace sentir una extraña paz.
El que ha tenido la oportunidad de experimentarlo alguna vez me
entenderá perfectamente.
Otro momento especial que me ha llamado
la atención últimamente es durante un descanso en el
camino a siete lagunas, al sentarme junto a un salto de agua de un riachuelo.
Te puedes quedar unos minutos empapándote tanto de la visión como del
sonido del agua corriendo y cayendo, es casi tan hipnótico como observar la llama de una candela, y también te transmite sosiego.